sábado, 28 de enero de 2012
Cabaret.
Mujer por la cual Fausto habría vendido su alma una y otra vez. Me sentía desfallecer cada vez que la veía sobre un escenario, como un espectro maravilloso; con piel de mármol y seda...Envidia de las huríes de Oriente...Mujer que con belleza devastadora; heteróclita, hacía temblar los cimientos más firmes de mi voluntad. Mujer, mujer...Te busqué en callejones y salones de opio...Te busqué en las zonas más altas y más bajas de mi ser. Y te encuentro, rodeada de ratas e inmundicia...En este sucio cabaret de tercera. Regalas notas de tu dulce garganta de fénix a estos restos de la noche, que la ciudad en ruinas da a luz a las tantas de la madrugada...Limpias con tu mirada etérea las conciencias de los bajos principios que te rodean y te miran expectantes, como perros mirando a su dueño, olvidando lentamente a la concupiscencia corrupta que sus cuerpos de animales demandaban. Mujer, si supieras, cada vez que me miras desde tu altar de grotescos decorados, cómo se me parte el alma..."Que no te pese la tierra mujer mía, cuando llegue la hora en la que mueran las rosas pálidas de tu rostro, y la muerte bese tu curvada y perfectamente alzada frente de esfinge"...Pienso mientras enciendo el último cigarro y apuro la última copa de la noche. Mañana...Mañana volveré, a deshacer mi vida en un cenicero, entre copas de absenta y tu mirada limpia; Mujer...
martes, 24 de enero de 2012
El Gran Escapista.
Hace un tiempo, cuando aún no habíamos nacido ni tú ni yo existió un gran ilusionista. Un hombre que podía colocar durante largos minutos las estrellas o incluso la misma luna en las manos de cualquiera. Un hombre que podía aparecer y desaparecer según le viniera en gana, en un momento, en cualquier lugar. Un hombre que dormía en sarcófagos y respiraba maniatado bajo el agua, que jugaba con el fuego en las palmas de sus manos. El hombre mágico lo llamaban. Ningún desafío se alzaba demasiado tiempo para él, ningún nudo o cadena estaban lo bastante asegurados para sus manos, y tantas veces burló a la muerte, que se olvidó de su condición terrenal de humano; de hombre. Suscitó envidias de muchos otros magos de la época y guardó siempre celosamente todos sus secretos. Sucedió que un día, la muerte; celosa de los misterios que el escapista guardaba lo visitó durante una de sus actuaciones. Observó como la ayudante del muchacho le colocaba una camisa de fuerza y le ataba los pies asegurando el nudo con un pesado candado. El mago estaba dispuesto a introducirse en un tanque de agua de forma oblonga, boca abajo. Su objetivo: Librarse de sus ataduras en cuestión de segundos y salvar la vida de una defunción acuática. La muerte contempló como el joven se revolvía entre las aguas, ante la mirada de un público estupefacto. Entre las muñecas del escapista una llave atada que lo salvaría y lo devolvería al exterior triunfante. Para ella hubiera sido fácil arrebatarle la llave y hacerlo perecer en ese momento, en su eterna tumba acuática. Pero la muerte siempre ha pecado de ser muy curiosa...de manera que permaneció atenta al espectáculo. El joven resultó airoso ante un público que estalló en ovaciones. Mostró sobre el escenario una brillante sonrisa de triunfo, con el orgullo y la petulancia que sólo un cuerpo joven puede mostrar con tanto descaro.
Aquella misma noche, el ilusionista celebraba su triunfo en uno de los más eminentes salones de opio de la ciudad. Tumbado en un diván, cegado por el efecto de la droga y ebrio por los licores del triunfo, se jactó repetitivamente de ser más listo que la propia muerte y de que esta nunca lo atraparía. La parca, furiosa y sintiéndose humillada se le presentó en aquel mismo lugar. Este creyéndola una visión entrecerró los ojos y sonrió:
- Qué tarde llegas amiga mía, siempre tarde...Tarde...Eres lenta...te has vuelto lenta y vieja amiga mía... vieja compañera...
La muerte impasible le tendió un grueso objeto. Se trataba de una caja. Candado de plata con incrustaciones y gravados. Madera de roble, oscura y brillante y de tamaño considerable.
-Debes abrirla, penetrar en el secreto de esta caja. La llave... Tendrás que construírla tú mismo. Una vez lo hagas, yo te otorgaré la inmortalidad y nunca envejecerás. Serás una leyenda, serás más que la propia muerte; tú que has nacido del polvo y de los gusanos de tus progenitores, tú que huyes de mí como un niño asustado, tú que juegas conmigo creyéndome tu mascota. _ La muerte tendió la mano al ilusionista beodo_ Pero si no lo haces... Me llevaré tu alma lejos de este mundo y nunca más volverás a oir el dulce canto de la vida en tus oídos. No habrá luz para tus ojos ni terciopelo para tu tacto. No habrá historias, ni mujeres, ni recuerdos para el Gran Escapista. Serás de nuevo polvo y cenizas en el aire. Y la gente te recordará como aquel que quiso ser quien no pudo.
Semejante desafío mordió con fuerza el orgullo del artista, de modo que estrechó con fuerza la mano de la muerte, al mismo tiempo que esta se deshacía en el aire dejando un rastro de polvo. En sus oídos resonó la voz del acongojante ser "Tienes una semana. Aprovéchala muchacho...La mente es la llave que libera...", y el joven miró fijamente la robusta caja que la parca le había cedido. ¿Qué habría dentro?¿Qué habría querido decir con sus últimas palabras? Estaba demasiado drogado como para pensar. Recogió sus pertenencias junto con la caja y volvió a casa tambaleándose. A la mañana siguiente se enfrentó cara a cara con la caja. Era un objeto bello, decorado con adornos arabescos. Observó el candado y la cerradura...Debía de ser un ejemplar muy extraño ya que no recordaba haber visto nunca algo similar, ni llave que coincidiera con cerraduras así. Buscó por cada rincón de su taller, estudió las múltiples formas de abrir una cerradura de varias vueltas que había visto durante toda su carrera, se perdió por los callejones más infectos de la ciudad buscando nuevos materiales y llaves maestras que pudieran ayudarlo...pero de nada sirvieron los esfuerzos del ilusionista. Al segundo día la angustia comenzó a apoderarse de él, ya que había probado a abrir la dichosa caja con todo su arsenal de materiales, y hasta ese momento ningún candado o cerradura se había resistido a las brillantes manos del artista. ¿Lo habría engañado la muerte?¿Con qué clase de mecanismo se abriría esa maldita caja del diablo? Eso era...Una invención del diablo. El diablo lo había engañado porque le tenía envidia, eso seguro... Golpeó la caja violentamente hasta que su mano comenzó a sangrar. Y esa muerte... La muerte era una sucia ramera. El insomnio se apoderó del protagonista y su cabeza era devorada por pensamientos angustiosos y planteamientos absurdos, divagaciones sin sentido que desembocaban en el mismo punto: La caja. Aquella caja que lo estaba volviendo loco. Y así pasaron dos o tres días más. Y la locura se apoderaba de él, volviéndolo cruel, amargado y esquivo. Ya no se relacionaba con el resto, la hipocresía de la sociedad comenzaba a olerle a podrido. Ya no regentaba los salones de opio ni los clubes en donde los hombres bebían whisky y jugaban. La gente comenzaba a comentar sus propias hipótesis acerca de la locura del gran artista. Otros simplemente lo achacaban a su excentricidad. Él; por otro lado, empeoraba a medida que las horas pasaban, aterrado por el recuerdo de la muerte. Intentaba indagar acerca de nuevas formas que lo ayudaran a abrir la caja, pero todo era inútil. A veces su desesperación estallaba en nerviosas carcajadas y otras en explosiones de furia y gritos. Lo peor... lo peor era que la gran muralla construída de orgullo y grandeza que lo rodeaba se estaba derrumbando, dando lugar al caos y a la desesperación. En un arranque de ira, arrojó la caja al fuego, pero... ¡Ah, pobre infeliz!, lejos de quemarse y reducirse a cenizas, la caja estaba fría como el mármol. Su comportamiento comenzó a causar terror entre sus más allegados, y poco a poco se aisló del mundo. Ya no dormía, pasaba las noches fumando y mirando al vacío, rasgando las orejeras de madera de su aterciopelado sillón con las uñas hasta rompérselas, haciéndose sangre. La caja se convirtió en su obsesión y en su maldición. Para un escapista de su calibre, era deshonroso que no pudiera abrir el maldito candado. La mediocridad llamaba a la puerta de su mente, y comenzó a perder los papeles. Estrelló su copa de coñac contra la cornisa que coronaba la chimenea y se derrumbó en el suelo, arañando la madera de nuevo y gritando improperios. Su mirada desesperada cayó sobre la odiada caja, de la cual su vida dependía... Pero si no era capaz de entender su funcionamiento y abrirla...Si no era capaz de encontrar la endiablada llave... ¿Cómo podría vivir con ese desafío pendiente toda su vida? Sería una vida de mediocridad...Y ya no sería el Gran Escapista. Miró su reloj de cuerda con lágrimas en los ojos. Última noche...últimas horas. Su talento estaba muriendo. Y no permitiría que ello ocurriese... Con la serenidad de un demente recogió unas brasas de la chimenea y las depositó sobre la alfombra y el antiguo escritorio. Estas pronto se convirtieron en llamas que el artista alimentó con los licores que guardaba en el mueble bar de la estancia. Entre llamas y humo, el Gran Ilusionista cogió la caja y se sentó con ella en el mullido sillón en el que tantas veces había reposado su cansado cuerpo después de cada función. En silencio, en medio del crepitar de las llamas lloró amargamente. No por el miedo a morir. Si no por su propia derrota. Recordó cada momento de su vida, los primeros sabores del triunfo...las pasiones humanas...el dolor y el abandono...Quizás por este motivo era mejor "escapar"... Siempre había sido demasiado fácil huír de cadenas y cuerdas que de los estigmas que el dolor deja en nuestra piel, en nuestras vidas. Siempre había sido fácil ilusionar y hacer aparecer cosas bellas en las manos de la gente...Porque en las suyas todo se convertía en cenizas. Todo moría. Por ello prefería enamorarse de sus ilusiones y escapar de sus propias trampas y trucos. Era más fácil...Y entonces comprendió el por qué de su derrota. Y se odió a sí mismo mientras susurraba: "La mente es la llave que libera..." Con decepción cerró los ojos al escuchar el suave clic que hizo el candado de la caja al desbloquearse. Escuchó su sentencia de muerte en un simple clic... Sólo derramó una sola lágrima más...Y entonces el humo adormeció a nuestro artista como una madre dulce que abraza a su hijo ahogando sus llantos, calmando su dolor.
La muerte frustrada y enfurecida por no haberse cobrado aquella alma, cumplió su parte del trato...Ya que, aunque tarde...El ilusionista había abierto la caja con su propia llave. Así que recogió las cenizas de su compañero de juegos y las metió en la preciosa caja, admirando el genio de su contrincante.
...Y de nuevo; como buen profesional, el ilusionista se introdujo en su caja mágica, entre cuerdas y candados...En su caja de Pandora... En la caja del Gran Escapista.
Aquella misma noche, el ilusionista celebraba su triunfo en uno de los más eminentes salones de opio de la ciudad. Tumbado en un diván, cegado por el efecto de la droga y ebrio por los licores del triunfo, se jactó repetitivamente de ser más listo que la propia muerte y de que esta nunca lo atraparía. La parca, furiosa y sintiéndose humillada se le presentó en aquel mismo lugar. Este creyéndola una visión entrecerró los ojos y sonrió:
- Qué tarde llegas amiga mía, siempre tarde...Tarde...Eres lenta...te has vuelto lenta y vieja amiga mía... vieja compañera...
La muerte impasible le tendió un grueso objeto. Se trataba de una caja. Candado de plata con incrustaciones y gravados. Madera de roble, oscura y brillante y de tamaño considerable.
-Debes abrirla, penetrar en el secreto de esta caja. La llave... Tendrás que construírla tú mismo. Una vez lo hagas, yo te otorgaré la inmortalidad y nunca envejecerás. Serás una leyenda, serás más que la propia muerte; tú que has nacido del polvo y de los gusanos de tus progenitores, tú que huyes de mí como un niño asustado, tú que juegas conmigo creyéndome tu mascota. _ La muerte tendió la mano al ilusionista beodo_ Pero si no lo haces... Me llevaré tu alma lejos de este mundo y nunca más volverás a oir el dulce canto de la vida en tus oídos. No habrá luz para tus ojos ni terciopelo para tu tacto. No habrá historias, ni mujeres, ni recuerdos para el Gran Escapista. Serás de nuevo polvo y cenizas en el aire. Y la gente te recordará como aquel que quiso ser quien no pudo.
Semejante desafío mordió con fuerza el orgullo del artista, de modo que estrechó con fuerza la mano de la muerte, al mismo tiempo que esta se deshacía en el aire dejando un rastro de polvo. En sus oídos resonó la voz del acongojante ser "Tienes una semana. Aprovéchala muchacho...La mente es la llave que libera...", y el joven miró fijamente la robusta caja que la parca le había cedido. ¿Qué habría dentro?¿Qué habría querido decir con sus últimas palabras? Estaba demasiado drogado como para pensar. Recogió sus pertenencias junto con la caja y volvió a casa tambaleándose. A la mañana siguiente se enfrentó cara a cara con la caja. Era un objeto bello, decorado con adornos arabescos. Observó el candado y la cerradura...Debía de ser un ejemplar muy extraño ya que no recordaba haber visto nunca algo similar, ni llave que coincidiera con cerraduras así. Buscó por cada rincón de su taller, estudió las múltiples formas de abrir una cerradura de varias vueltas que había visto durante toda su carrera, se perdió por los callejones más infectos de la ciudad buscando nuevos materiales y llaves maestras que pudieran ayudarlo...pero de nada sirvieron los esfuerzos del ilusionista. Al segundo día la angustia comenzó a apoderarse de él, ya que había probado a abrir la dichosa caja con todo su arsenal de materiales, y hasta ese momento ningún candado o cerradura se había resistido a las brillantes manos del artista. ¿Lo habría engañado la muerte?¿Con qué clase de mecanismo se abriría esa maldita caja del diablo? Eso era...Una invención del diablo. El diablo lo había engañado porque le tenía envidia, eso seguro... Golpeó la caja violentamente hasta que su mano comenzó a sangrar. Y esa muerte... La muerte era una sucia ramera. El insomnio se apoderó del protagonista y su cabeza era devorada por pensamientos angustiosos y planteamientos absurdos, divagaciones sin sentido que desembocaban en el mismo punto: La caja. Aquella caja que lo estaba volviendo loco. Y así pasaron dos o tres días más. Y la locura se apoderaba de él, volviéndolo cruel, amargado y esquivo. Ya no se relacionaba con el resto, la hipocresía de la sociedad comenzaba a olerle a podrido. Ya no regentaba los salones de opio ni los clubes en donde los hombres bebían whisky y jugaban. La gente comenzaba a comentar sus propias hipótesis acerca de la locura del gran artista. Otros simplemente lo achacaban a su excentricidad. Él; por otro lado, empeoraba a medida que las horas pasaban, aterrado por el recuerdo de la muerte. Intentaba indagar acerca de nuevas formas que lo ayudaran a abrir la caja, pero todo era inútil. A veces su desesperación estallaba en nerviosas carcajadas y otras en explosiones de furia y gritos. Lo peor... lo peor era que la gran muralla construída de orgullo y grandeza que lo rodeaba se estaba derrumbando, dando lugar al caos y a la desesperación. En un arranque de ira, arrojó la caja al fuego, pero... ¡Ah, pobre infeliz!, lejos de quemarse y reducirse a cenizas, la caja estaba fría como el mármol. Su comportamiento comenzó a causar terror entre sus más allegados, y poco a poco se aisló del mundo. Ya no dormía, pasaba las noches fumando y mirando al vacío, rasgando las orejeras de madera de su aterciopelado sillón con las uñas hasta rompérselas, haciéndose sangre. La caja se convirtió en su obsesión y en su maldición. Para un escapista de su calibre, era deshonroso que no pudiera abrir el maldito candado. La mediocridad llamaba a la puerta de su mente, y comenzó a perder los papeles. Estrelló su copa de coñac contra la cornisa que coronaba la chimenea y se derrumbó en el suelo, arañando la madera de nuevo y gritando improperios. Su mirada desesperada cayó sobre la odiada caja, de la cual su vida dependía... Pero si no era capaz de entender su funcionamiento y abrirla...Si no era capaz de encontrar la endiablada llave... ¿Cómo podría vivir con ese desafío pendiente toda su vida? Sería una vida de mediocridad...Y ya no sería el Gran Escapista. Miró su reloj de cuerda con lágrimas en los ojos. Última noche...últimas horas. Su talento estaba muriendo. Y no permitiría que ello ocurriese... Con la serenidad de un demente recogió unas brasas de la chimenea y las depositó sobre la alfombra y el antiguo escritorio. Estas pronto se convirtieron en llamas que el artista alimentó con los licores que guardaba en el mueble bar de la estancia. Entre llamas y humo, el Gran Ilusionista cogió la caja y se sentó con ella en el mullido sillón en el que tantas veces había reposado su cansado cuerpo después de cada función. En silencio, en medio del crepitar de las llamas lloró amargamente. No por el miedo a morir. Si no por su propia derrota. Recordó cada momento de su vida, los primeros sabores del triunfo...las pasiones humanas...el dolor y el abandono...Quizás por este motivo era mejor "escapar"... Siempre había sido demasiado fácil huír de cadenas y cuerdas que de los estigmas que el dolor deja en nuestra piel, en nuestras vidas. Siempre había sido fácil ilusionar y hacer aparecer cosas bellas en las manos de la gente...Porque en las suyas todo se convertía en cenizas. Todo moría. Por ello prefería enamorarse de sus ilusiones y escapar de sus propias trampas y trucos. Era más fácil...Y entonces comprendió el por qué de su derrota. Y se odió a sí mismo mientras susurraba: "La mente es la llave que libera..." Con decepción cerró los ojos al escuchar el suave clic que hizo el candado de la caja al desbloquearse. Escuchó su sentencia de muerte en un simple clic... Sólo derramó una sola lágrima más...Y entonces el humo adormeció a nuestro artista como una madre dulce que abraza a su hijo ahogando sus llantos, calmando su dolor.
La muerte frustrada y enfurecida por no haberse cobrado aquella alma, cumplió su parte del trato...Ya que, aunque tarde...El ilusionista había abierto la caja con su propia llave. Así que recogió las cenizas de su compañero de juegos y las metió en la preciosa caja, admirando el genio de su contrincante.
...Y de nuevo; como buen profesional, el ilusionista se introdujo en su caja mágica, entre cuerdas y candados...En su caja de Pandora... En la caja del Gran Escapista.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
